¿Intrusos?
“Los monstruos son reales y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y, a veces, ganan.“ — Stephen King
En la línea de aquellos temores incomprendidos, y fantasmas que nos persiguen a donde vayamos, procederé a analizar una película llamada “Intrusos” del director Juan Carlos Fresnadillo (2011). En esta película, un niño llamado Juan de siete años, es víctima de los terribles ataques de un hombre sin rostro presente en todas sus pesadillas, sin que su madre pueda hacer nada para detenerlo. Posteriormente, a sus doce años, la hija de Juan, Mía, comienza a sufrir los ataques de ese mismo monstruo, llamado “Carahueca”. En ambos momentos de la historia la presencia de este monstruo genera destrucción, miedo y el despliegue de distintas formas de afrontar lo temido dentro de las familias. ¿Quién es este intruso sin rostro? ¿Cómo se enfrenta aquello que no conocemos y sobre todo no podemos nombrar?
En la película, la madre de Juan decide que la mejor manera de afrontar a este monstruo es escapándose de él; por lo tanto, se lleva a su hijo a otro país a comenzar de cero. La pareja de la madre le dice que deje de asistirlo en las noches o consolarlo cuando el monstruo aparece. Ella deja de hacerlo, y Juan logra lidiar con él escribiendo una historia, dándole el sentido que podía en el momento. En el caso de la mamá de Juan se puede observar una manera común de enfrentar aquellos miedos que nos persiguen: huir de ellos o pretender que no están ahí. Años más tarde, se evidencia cómo para Juan esas experiencias quedan como recuerdos inconclusos — algo que no se habló o quedó pendiente.
Baranger y colegas (1987) usan el término “huecos no historizados” para definir aquello que no pudo procesarse psíquicamente y que deja marcas que persisten en lo más profundo de nuestro mundo interno sin que nos demos cuenta. Curiosamente, estos autores hacen referencia a estas marcas como “huecos no historizados”, lo cual resuena con el nombre del monstruo en la película, “Carahueca”. Si lo vemos así, “Carahueca” representa un momento, un recuerdo en la vida de este niño que no se pudo procesar, en el cual nadie lo ayudó a darle sentido a aquello que estaba viviendo, y donde la manera de protegerlo fue no hablar del tema o pretender que nunca sucedió. De esta manera, la madre, sin querer, perpetúa en el tiempo el miedo de este niño al no reconocer o validar lo sucedido. Incluso, podríamos pensar, que para Juan este evento fue de carácter traumático.
En cuanto a ello, Tutté (2004) explica cómo las experiencias pueden adquirir un carácter potencialmente traumático cuando estas sobrepasan la capacidad de ser tramitadas. Esto quiere decir que la persona que sufre de estas experiencias no puede darles un significado o incorporarlas en su historia. Así, estas quedan dentro de la mente como algo que no puede ser pensado, que genera inestabilidad e incluso susceptibilidad a un desequilibrio emocional posterior.
Esta susceptibilidad se puede observar más adelante en la película, cuando Juan es adulto. Este presencia un accidente en el trabajo donde un amigo cercano queda colgando de una viga a punto de caer. Juan logra salvarlo, pero queda perturbado por esa imagen. En ese mismo tiempo, se encontraba desesperado por el deterioro en la salud física y emocional de su hija. Por eso, decide observarla sin que se dé cuenta, y así puede ver cómo ella lee la carta que él escribió de niño sobre “Carahueca”. Entiende ahí la magnitud del problema: su hija estaba siendo acosada por el mismo monstruo que lo atormentaba a él de niño. Por lo tanto, Juan decide acudir a su madre para obtener respuestas. Al final, consigue que ésta le diga la verdad sobre “Carahueca” y su origen. Resulta que este no era realmente un monstruo, sino más bien su papá, que había salido de la cárcel y quería llevárselo a la fuerza. Es en estas circunstancias que Juan presencia su muerte. Sin embargo, la mente de Juan disfrazó estas escenas, debido a que era demasiado angustiante para procesar en ese momento. Resulta importante ver cómo Juan necesitó que su madre le explique y le dé sentido a aquello que vivieron, que le diga la verdad sobre ese suceso.
Respecto a esto, Bohleber (2019) agrega que reconstruir una narrativa de la experiencia traumática es un proceso muy complejo. Para ello, es crucial que ésta pueda ser reconocida por un otro como algo real, algo que sucedió verdaderamente. De esta forma, sin importar lo fragmentados que estén los recuerdos y emociones, el reconocimiento del otro es central para procesar la experiencia. Por lo tanto, aquí vemos la importancia de que la madre valide que algo traumático sí había sucedido, ayudándolo a entender que aquel monstruo que vio era realmente su padre. Esto lo dejó profundamente marcado, y a su mente no le quedó otra opción que quitarle el rostro, deformar la cara de su padre y convertirlo en un monstruo para no tener que afrontar el dolor y el sentido de aquella experiencia.
Podría decirse que Juan tenía dificultades, incluso en la adultez, para poder hablar de aquella experiencia traumática en su infancia, y que, sin darse cuenta, lidiaba con esto como su madre: ignorándolo y suprimiéndolo en el fondo de su consciencia. Al respecto, Bohleber (2019) refiere que no siempre es posible una verbalización de todos los aspectos de una experiencia traumática y que para poder organizar la experiencia deben usarse las pistas que nos brinda nuestra mente y cuerpo, como síntomas somáticos y sueños repetitivos. Al no comunicarlo, o darle un sentido, esas experiencias pueden convertirse en terrores sin forma que nos persiguen, expresándose a través de recuerdos borrosos, sensaciones que no entendemos, pesadillas y formas de actuar automáticas de las que no nos percatamos. Por lo tanto, podríamos decir que los intrusos no necesariamente vienen desde fuera, sino que a veces son parte de nosotros. Si no les damos el espacio que demandan para comprenderlos, lo más probable es que nos persigan y nos sintamos atacados constantemente por ellos.
Del mismo modo, la película nos permite reflexionar sobre cómo las experiencias traumáticas pueden tener secuelas a largo plazo, o cómo pueden afectar también a nuestro entorno. En relación a ello, se puede ver el caso de Mia, la hija de Juan, quien no solo presenta crisis nerviosas, sino que también llega a perder la capacidad de hablar. Como se observa al final de la película, Mía era prisionera de este monstruo y se encontraba en riesgo de vivir el resto de su vida encerrada en su propio mundo. Esto puede ser entendido a la luz de lo mencionado por Rozenbaun (2005), quien plantea cómo el niño nace ya con una historia genética, vincular y emocional, y que, por tanto, hay una historia en él que pre-existe. Así, uno puede vivir prisionero de los conflictos heredados de los padres, o puede tener la capacidad de desarrollarse de manera autónoma a partir de esta herencia, sin que esta carga familiar determine su vida.
Escrito por: Andrea Battilana
Edición: Suzanne Topham, Lucía González y Miguel Alarcón — Psicología en Sintonía.
https://www.instagram.com/psicologia.sintonia/
https://www.facebook.com/psicologiaensintonia
Referencias
Bohleber, W. (2019). Tratamiento psicoanalítico de pacientes traumatizados en la infancia temprana. Un caso clínico y algunas ideas sobre las teorías implícitas. Aperturas Psicoanalíticas, (62). Recuperado de: http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001076
Tutté, J. (2004) The concept of psychical trauma: A bridge in interdisciplinary space. The International Journal of Psychoanalysis, 85, 4., pp. 897–921.
Baranger M, Baranger W, Mom JM (1987). Infantile psychic trauma, from us to Freud. Pure trauma, retroactivity and reconstruction. Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina 44:745–74.
Rozenbaun, A. (2005), Trauma, transmisión generacional e historización, Revista de Psicoanálisis, LXII, 2: 399–406.